domingo, 7 de agosto de 2016

A la vereda más angosta

Puta, tengo ochenta y seis cosas en la cabeza: represión, liberación, alegría, tristeza, orgullo, arrepentimiento. La cámara de los secretos ha sido abierta y es la zorra. No me gusta el gay de marcha ni el vistoso, ni el hombre femenino ni la mujer masculina. Mejor corrijo, “no me gustaba”, ahora me agrada, no implica que me encante pero al final de la tarde cuando el sol se pone y algo de cordillera se ve desde mi ventana tras un día largo de trabajo y transporte público, me pregunto ¿que chucha me importa a mí como sean los demás? No me importa, pero me obsesiona lo que piensan de mí, lo que se habla de mí a mis espaldas, lo que me dicen a la cara camuflado de buenas o malas intenciones, las ironías. Quiero tener una banda, tocar el bajo y un pandero, ser medianamente afinada para hacer los coros. Quiero escribir un libro que sea criticado positivamente, hacer conversatorios, que otros analicen lo que quise decir e inventen teorías hermosas que ni siquiera hayan sido parte de mi plan inicial. A veces quisiera volver el tiempo atrás y hacer las cosas distinto, haber sido más honesta conmigo misma y con los demás, palpar claridad, luz, nitidez y no solo borrones, dudas y cuestionamientos eternos que se multiplican y se elevan al cubo y al cuadrado y a la raíz cuadrada. Fantaseo con estar sentada en el comedor con mis papás en una comida medianamente agradable, con una conversación liviana y sin llantos ni miedo ni cobardía decirles que me gustan las mujeres y también los hombres-aunque en menor medida, pero no quita que me gusten-pero siento que no sucederá a menos que yo no me lo proponga. Es raro “renegar” de un mundo al que perteneces, compartir tu cama con una mujer pero no llevar una bandera, sacar los colmillos cada vez que aparece una tipa atractiva-o medianamente-o simplemente cautivadora pero afirmar que el mundo gay no es propio. Y es contradicción, soy contradicción, como una sudestada, como la lluvia torrencial en el norte y el calor abrasador del sur, como mis palabras, como mi mirada cuando estoy nerviosa y callada pero cien mil vientos corren por mi cabeza, porque no me gustan las discoteques heterosexuales ni las amigas heterosexuales ni los reggetones heterosexuales ni los adminículos de moda heterosexuales. Me gustan los gays-al fin puedo reconocerlo, admitirlo, gritarlo, alegrarme, gozarlo-me gusta la música que bailan(bailamos), las películas que ven(vemos), los lugares que frecuentan(frecuentamos), los copetes que toman(tomamos), las cosas que hablan(hablamos), la gente que miran(miramos), los lazos que forman(formamos), el sentido de pertenencia que tienen (del que yo carecía). Nunca me identifiqué con etiquetas, rótulos pero siempre lo quise. Lo heterosexual me pone-ponía especialmente incómoda y lo gay me atraía pero como placer culpable a ratos, aunque la mayoría del tiempo con un goce inmenso. El bendito/maldito closet siempre fue un tópico y hoy lo sigue siendo, pero estoy cercana a pararme del rincón, abrir la puerta y ver lo que hay afuera: el degradé de realidades, la difuminación, donde converge lo hetero con lo homo, donde el hombreconhombre y mujerconhombre funcione, donde la mujerconmujer es parte importante de la sociedad, se empodera, tiene un trabajo, dinero, amor, una mascota, sueños, proyecciones, responsabilidades y es valorada como alguien íntegro. De un tiempo a esta parte que el tiempo haya pasado tan rápido/lento al interior de éste closet me duele, me provoca arrepentimiento y estupidez, Pero puta, tenía que estar lista YO para comunicarlo, aceptarme yo para que otros lo hagan, pero más que todo, tenía que querer ser bisexual para vivir, para respirar, para sentirme bacán, orgullosa, especial, distinta pero igual a los demás, fuerte, valiente, linda, resuelta, simpática. Por más que me pese el tiempo perdido, tuve que conocer a la gente que conocí para estar acá hoy, bailar las canciones que bailé para adueñarme del mundo gay, besar a las personas que besé para saber qué me gustaba y dudar muchas veces para tener veinte preguntas y cuarenta respuestas para cada una de ellas, que me prepararon-finalmente-para saber a dónde voy, de donde vengo y a donde pertenezco.

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