sábado, 22 de septiembre de 2012

Como un extraño

Si me preguntaran por qué amo tanto las bicicletas, no podría precisar la respuesta. Tuve una verde hasta los 18 que entre un caos de cambio de casa fue olvidada. Hace un año tengo una azul y se llama Chris Powell. Es grande, pero ni tanto, es como si la hubieran hecho a mi medida, los pedales están a una distancia adecuada de mis piernas, mis manos nunca se dañan con el manubrio y mi cuerpo nunca se cansa de andar. Probablemente me apegue tanto a Chris por la sensación de magnificencia. En un segundo caminar al lado de la bicicleta y ser del mismo tamaño que cualquier persona, pero luego subirse y ser mucho más alto, más grande, más poderoso. Y el viento en el pelo/cara/ropa le da un misticismo especial, la música un sentimiento, la velocidad un toque de aventura y la destreza de esquivar autos/personas/pavimentos estropeados una sensación de inmortalidad de que podría ser capaz de realizar lo que sea. Si sé que suena a hipérbole, a sobrevalorado, pero he tenido los mejores viajes y desplazamientos en mi bicicleta, he pedaleado desde mi casa a Valparaíso, para estacionarme en la Piedra Feliz y meterme a una pequeña desembocadura con ropa y todo, para secarme en el camino con el sol, el calor y el viento de la velocidad, he contado las historias más chistosas y las más profundas de mi vida, he podido mirar a muchas personas, muchos lugares. He sido capaz de conectar con otros y conmigo misma. Sé que tiene dos ruedas, frenos y cambios, pero lo que he logrado experimentar y sentir sobre esa bicicleta, MI bicicleta, es algo que no he podido repetir -aunque suene a enamoramiento- ni emular. Puede que no sea mi persona favorita porque no respira, pero es mi sitio/posesión más querida.


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