domingo, 19 de agosto de 2012

Leviosa

Luego de la clase de Encantamientos con el señor Filch, Ron quedó completamente avergonzado al no poder realizar el ejercicio de levitación aplicado a una pluma. Hermione se encargó  de recordarle lo mal que había realizado el hechizo. Nadie pudo percatarse de que la pluma dio un par de vueltas sobre el escritorio y que no logró despegarse de él, pero gracias a la sabelotodo, fue comentario obligado entre todos los alumnos de Griffyndor. No era la intención de ella, solo queria ayudar y el colorín joven no fue capa de comprenderlo. Pasaron un par de días y Hermione estaba en la habitación de las chicas, tendida sobre sus costillas, hombro y cadera izquierdas, con las rodillas flectadas. Ron sabía que algo no andaba bien. Se acercó a ella, se sentó a los pies de la cama. Hermione parpadeaba con rapidez para que las lágrimas no salieran a borbotones de sus ojos. Ron miraba su varita partida en dos sin saber que hacer. Hermione le tocó la espalda con su pie suavemente y él se levantó para rodear la cama. Se acostó tras Hermione y rodeó su cintura tímidamente con una de sus manos, mientras que con la otra, acarició la alborotada cabellera de la niña. En ese momento ella comenzó a llorar sin parar, sin poder resistirlo llegó al punto emocional más débil que tenía. Brotó de sus poros la más amarga tristeza, siendo atenuada por la compañía silente de un Weasley, que no necesita que le pidan un abrazo, un beso o una caricia con palabras, sino que con un pequeño toque, es capaz de saber qué hacer para contener a la sabelotodo que todos son capaces de ver, pero a la vulnerable muggle que nadie sabe que es.


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