jueves, 28 de junio de 2012

What a wicked game

La productividad pragmáticamente hablando es útil, demasiado. Es un motor etéreo que no se huele ni se palpa. Vibrar en una frecuencia más lenta o desfasada resulta nocivo en el aspecto que se le mire. Cuando no hay dolor físico, aflora otro tipo de molestia: esa que fue evitada con tantos recursos baratos-y otros no tanto- para cuando no existen más, la realidad inventada se destiñe y caen las caretas. Tengo miedo porque el pasado me aceche, pánico por el presente y fobia por el futuro. No hay un lugar verdaderamente cómodo ni ampliamente agradable. Fortuito, no sé por qué todo ésto es fortuito en un mal sentido. "Abandonar" no debería ser una palabra, porque en la medida que no haya un significante, tampoco habría un significado. Al extinguir un concepto mental, no hay que buscar la manera de evocarlo. El tiempo pasó y se llevó lo que pensé que era mi sueño, eso que me movió tantos años, que me permitió elevar mi mente espiritualmente superior al momento que vivía. Fueron tantas ilusiones que envié a la papelera de reciclaje y sin darme cuenta, se eliminaron por default. Conforme pasaron los meses dejé de escribir, paré de leer, me estanqué. Solamente mi dirección IP le dio mil reproducciones a una serie de canciones y videos en youtube. No hice nada más que eso. Y no tengo certeza a donde voy, si es que habré tomado realmente el camino correcto o son solo temores momentáneos. Puede que la anestesia del martes, el reposo y tantas otras cosas hayan traído una crisis mental, que más que ser una ce-erre-i-ese-i-ese sea un caos.

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