lunes, 7 de mayo de 2012

Diario a pedal

Algunos saben y otros no, que me volví algo viciosa a mi bicicleta. Desde que tengo uso de razón que tuve bicis. La primera me la regaló mi tata y era blanca. Tenía rueditas. Después tuve una azul como a los 8 años y tenía esas especies de esponjas en el marco, no entiendo para qué, asumo que para no pegarse(?). Después mi papá me compró una verde que tuve hasta como hace 2 años y se perdió. Fue lamentable. Después me quedé sin bicicleta y no me importaba, hasta que mi papá insistió con comprarme otra. Le decía siempre "ya papá, después vamos y cotizamos", solo para nunca ir porque me daba flojera.Hasta que un día finalmente fuimos. La bicicleta estuvo en la pieza de mi hermano como 4 meses (coincidió con un accidente que tuve en las costillas, con suerte respiraba). Luego en el verano salí un par de veces en bicicleta, con un amigo, a veces sola. Y me empezó a gustar. Me di cuenta que era otra vida, otra cosa. Pude sentir lo que Ariel Roth (un personaje de Fuguet en "Velódromo") experimentaba en su bicicleta. El mensaje era claro, por más que Ariel fuera un pobre y triste tipo, al final del día para bien-evitarse complicaciones del universo al ser solo- o para más-suena amargo- su bicicleta era lo único que tenía, parte de su alma. Hoy me di cuenta que en pedalear no hay engaño, que es otra vida, una paralela, donde no importa nada, donde no te detienes a mirar rostros de gente que no quieres ver porque pasas tan soplado que no puedes, donde el aire que viene en tu contra choca contra tu audífono y hace que el viento suene mucho más fuerte, que tengas una conexión más allá de lo metafísico con el ambiente, con la vida en sí, con lo que todos los días está ante tus ojos, pero no eres capaz de ver. Respirar es diferente, es como si un olor permanente-indescriptible entrara por tu nariz. Una vez leí en "Apuntes autistas" (si sé, Fuguet debería abandonar mi cuerpo y mi mente) que hay diferencias entre viajar y desplazarse. Uno es físico, el otro es mental. Creo que el hecho de pedalear y pedalear sin tener tiempo ni lugar preciso al que quieres llegar permite que tu alma conecte con la neblina, con las gotas de mar que llegan a mi cara al avanzar. Hoy descubrí que mientras más me alejo de mi casa, más conecto con mi esencia, porque quedo en blanco, porque no sé quién soy ni de donde vengo, qué me gusta y qué me desagrada enormemente. Hay minutos de desesperación, donde la pista se hace cuesta arriba concretamente y debes pedalear más fuerte, cansándote aún más. Tu mente muestra imágenes que no son agradables y no deseas que se posen frente a ti. Te buscas, piensas que te encuentras, vuelves a buscarte, nunca te encuentras. Llegas a un sitio, te sientas, tomas agua. Es raro mirar el mar a la altura de Reñaca y oler otro aire, diferente. Te subes de vuelta a la bicicleta y pedaleas con más ánimo, más energía, sintiendo que vuelas. El alivio comienza cuando realmente sabes que regresarás a tu punto de inicio, a tu esencia, a tu propia alma, a tu lugar de pertenencia. Y es ahí donde finalmente te encuentras a cabalidad contigo mismo.

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