viernes, 28 de enero de 2011

Mis gritos hacen eco al fondo de la nada



Algunos días que son diferentes a otros, mientras que otros son iguales a algunos días. Y si uso las mismas palabras no es porque no conozca más, sino para darle un mayor énfasis a la monotonía de la oración en sí. Creo que cada vez que viajo, cambio, un poco o harto, pero cambio. Es como si un insecto se colara por mi piel y se quedara ahí, para generar situaciones o reacciones distintas, sean inmediatas o a largo plazo, pero son evidentes. Una vez leí una columna que decía que el terminal tenía vidrios de espejos para verte antes de ir, porque será la última vez que observes tu reflejo de cierta manera, y cuando vuelves, te encontrarás contigo mismo, pero diferente a la vez. Y sé que nadie lo entiende y es frustrante. No tienen por qué comprender un proceso interno ajeno, pues son inexplicables con palabras e inentendibles en acciones. Necesito evitar los problemas del entorno, las discusiones vacías y sin sentido, que no se mal entienda lo que digo, que los karmas negativos se desvanezcan y un momento, por pequeño que sea, de silencio y tranquilidad. Ya perdí la paciencia, lo descubrí. No tolero a nadie y ni siquiera me duele, porque no entienden. Y hoy descubrí, viajando hacia un lugar físico, que he emprendido un viaje espiritual, desde mi alma, donde dejo al descubierto mi inconsciente, mi mente, los pensamientos que abundan en mi cabeza, esos que me quitan el sueño y esos que me dan la fuerza para forjar mi vida. Es extraño observar que aunque esté plagado de personas, la soledad llega incluso cuando está plagado de ruidos, fiestas, miradas y liquidaciones de vestuario. Y hay cosas que no olvido, lastimosamente. No sé si será rencor o memoria de elefante, no tengo la certeza real de ello. En momentos congelo mi autobúsqueda para ayudar a los demás a encontrarse, pero con el paso de los minutos he caído en la cuenta que nadie haría lo mismo por mí. Y no suena triste, es realista. Es intenso leer un libro y comprender que las palabras de una persona, pueden entrar por tus oídos y calarse entre tus huesos para tener las agallas de dejar fluir un sinfín de ideas que en algún lugar recóndito del alma se encontraban.
Hoy no deseo ni ver a mi sombra, solo porque sí. Y la sangre hierve por mis venas, de frustración por no obtener la respuesta que esperaba de quienes realmente me importan, de tristeza por cegarme en tantas ocasiones sin querer ver que mil verdades estaban frente a mis ojos y hoy aparecieron frente a mí como una real revelación divina, de miedo sabiendo que debo enfrentar mis miedos más profundos y oscuros, esos que ni yo sabía que sentía, de esos gruesos y horripilantes, peor que el monstruo que un niño cree que se esconde debajo de su cama, de rabia por tener que caer muy pero muy abajo, tocar fondo, para aprender las moralejas que la vida pone en el camino pero por sobretodo, de ansiedad, por encontrar la calma y trabajar en mi paciencia, para poder dilucidar el por qué y para qué de las situaciones, esas obsesiones enfermizas de las que ya me acostumbré por completar el rompecabezas a cabalidad, buscar pegamento y armarlo sobre una superficie de madera, para que cada una de sus piezas queden adheridas a una base para nunca más perder nada de lo que está resuelto.
Y si soy compleja y no pueden lidiar con eso, solamente diré una cosa: no lo lamento, sorry por ti.
He comprendido, luego de 21 años, que hay distintas formas de tocar fondo y también muchas maneras de evidenciarlo, tanto interna como externamente. Y nunca creí posible que la ira fuera una manera de gritarle al mundo-a golpes y patadas si es necesario-que el universo no ha sido precisamente justo desde el punto de vista propio y que hay dolores que intentan salir, con euforia, mientras que aletean, tú con tus uñas los rasguñas para evitar que salgan de tu piel y se apropien de tu cuerpo. Que nadie vea lo que está sucediendo.

(Título sacado de "y todo queda en nada" de Ricky Martin)

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