sábado, 6 de noviembre de 2010

Planear una pronta “esfumación” trae melancolía y nostalgia, un vacío terrible al permanecer en mi sitio, donde siempre comparto con mis pensamientos y nadie más. No tengo nada y menos podré tener algo para dar. No pretendo esperar que llegue nada, no por impaciencia, sino porque no quiero nada, no espero nada, no sueño dormida (porque tengo insomnio) ni despierta (porque crecí). No quiero preguntar ni responder, no soy de la vida, de mi familia, soy del viento y soy mía. Quema la piel ser propia, pertenecerte. Es un púrpura opaco e intenso, destellante y ténue, que se alberga en el alma. Siempre tendré mi soledad, mis lagunas de auto-hostigamiento, las preguntas recurrentes. Ya no me molesta. Debo aprender a convivir con ello. Son migrañas sucesivas con ceguera temporal y mucho ruido mental. Un violín sin cuerdas tocado con la lengua. Desvanece mi voz los deseos de desvanecerme por completo en medio del silencio. Mi nombre esta noche oscura me abandonó y no tengo certeza de que mañana regrese a menos que la invoque a contraluz. La humedad camina en el jardín de la felicidad. Recorrí millas para llegar aquí, cruzar la puerta entre la lluvia torrencial y frente al espejo encuentro mi sonrisa quebrada. El signo de Caín marca la maldad y domina esencias. Conocí a Perséfone y me encandiló su fortaleza, nunca pude adquirirla, pero la admiré de manera enfermiza. No puedo esforzarme en despedirme porque no tiene resultados.

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