domingo, 27 de abril de 2008

Camuflaje, todo lo profundo ama el disfraz


Más de treinta minutos de viaje avanzaban con una lentitud nunca antes vista. La fiesta continuaba pero había decidido que para él debía acabar. Una semana completa sin descanso de alcohol, conversaciones nocturnas, nicotina por doquier y risas eufóricas. En un instante le parecía que era una buena forma de evadir cada cosa que pasaba por su mente, pero comprendió ese día sábado que las cosas comenzarían a cambiar. Sentado sin moverse con la cabeza apoyada en la ventana solamente pudo sentir cómo sus ojos se humedecían de manera fortuita. No había aire y el espacio era cada vez más reducido. Una mujer se sentó a su lado y al pasar unos minutos dormitaba sobre su hombro. Él pensaba en no llorar, en que su vida era buena. Una mentira piadosa y autocompasiva no debe ser tan dañina, o no debería serlo. La mujer abrió los ojos, le sonrió y posó su mano en la pierna de él sin recibir una respuesta de su parte, ni una mirada, ni una palabra, nada. Solamente él quería estar solo y tranquilo. La mujer insistía y comenzó a recorrer el fibroso muslo del hombre. Él se enderezó, miró hacia arriba para evitar sentir una lágrima en su mejilla y se puso de pie. Se bajó del bus y comenzó a caminar por la desolada ciudad en plena madrugada mientras el frío calaba sus huesos. Mientras más lento caminaba, más le costaba mantener el equilibrio. El alcohol hacía efecto pero de forma tardía, un desfase impensado. El puente se veía tan deprimente y el agua no se movía. Apoyó la mitad de su cuerpo en la baranda mientras miraba el reflejo de las luces de la calle en el agua intacta. Por un segundo sintió que podría caer. Se alejó y continuó caminando. Los pensamientos no lo dejaban tranquilo hasta que escuchó una voz cercana. Un hombre que caminaba en grupo le ofreció cerveza, porque tenía muchas botellas. Él pensó que era una broma o que estaba soñando. En último caso se le pasó por la mente que estaba tan ebrio que quizás imaginaba cosas. No podía olvidar, no podía evitar sentir temor, el miedo no lo dejaba tranquilo, se preguntaba si tendría la fortaleza suficiente como para continuar, para esperar los resultados de tantos sacrificios que muchas veces parecieron en vano pero que probablemente podían traer frutos. Llegó a su casa y se tiró sobre la cama mientras abría la cerveza. Le pesaban los ojos y ya todo se desfiguraba. Se perdió, en un pensamiento se perdió y no regresó hasta que sintió su pecho húmedo porque había derramado alcohol sobre sí mismo. No sabía si pensar o sentir, si probar la cerveza o botarla, si llorar o dormir. Se puso de pie y se sentó en el suelo. Eran las cinco de la madrugada y no podía llorar, por primera vez en su vida quería llorar y las lágrimas estaban estancadas. Recordó una voz, esa cara que no lo deja tranquilo. Se perdió, se perdió en un pensamiento. Sonó el teléfono y era su hermana saludándolo como de rutina a las nueve de la mañana. El agudo timbre del teléfono lo hizo volver y olvidó lo que estaba en su mente.


(Título sacado de "Camuflaje" de Gustavo Cerati)

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