martes, 26 de junio de 2007

Velocidad, destino vulgar


Un té con endulzante puede ser amargo. Las pastillitas de sacarina siempre hacen que todo líquido pierda su sabor. Aunque las galletitas siúticas sobre el plato bañadas en chocolate tampoco eran dulces. Estaban amargas. Él la miraba y sonreía. Comían galletas en una bandeja compartida porque ella no tenía hambre. La mirada de él lentamente se apagaba. Esa ilusionada mirada se apagaba con lentitud pero de forma progresiva. Él le prometía el cielo, la tierra, hasta la última estrella que tenga vida en el universo. Pero ella no necesitaba eso. Aunque pensándolo bien sí. Ella necesitaba la protección, la devota preocupación, ese afán por complacerla de las formas más extrañas antes vistas por más mínimas que fueran, ella necesitaba escuchar su ronca voz diciendo "No pienses tanto en eso, yo lo solucionaré" acompañado de una mirada iluminada mientras él buscaba las frías manos de ella para acariciarlas. Pero en ese momento, ella no quería eso para su vida. Ella sabía que la situación no daba para más, como en cada encuentro que tenían. Era doloroso ver esos ojos café que mostraban un vacío interior, una tristeza superior. Ella sabía que el corazón de él estaba roto, y sufría constantemente por eso. Ante los ojos de toda la gente, ella era una villana, la malvada de la historia, porque ella rompió ese corazón. Aunque en realidad, ella tuvo en sus manos el corazón de esos ojitos café y al mirar, el corazón ya estaba roto, se rompió entre sus dedos y ella no pudo darse cuenta ni evitarlo. La vida a veces era así, y ella evitaba concentrarse en él, y solamente miraba un vaso de soda. Miraba las burbujas que flotaban y se reventaban. La vida es como un vaso de soda. Hay muchas burbujas en el fondo y algunas se fusionan con las burbujas aledañas. Es cosa de esperar un momento y una serie de burbujas emergen a la superficie para explotar al chocar con el aire. Ella lo miraba buscando alguna solución, buscando qué hacer para componer ese corazoncito tan bueno y grande. Ella era la villana, pero nadie sabía cuánto sufría al ver cómo todo lo que tocaba lo destruía. Él sufría sin esconderlo, de sus poros salían lágrimas evaporadas a causa de un corazón destrozado, de la sangre que hervía, de la tristeza que guardaba en sus ojos. Pero nada podía cambiar. Ambos sufrían. Uno por causas y el otro por efectos. Mientras la mirada de ella estaba perdida, él intentaba calmarla. Esa culposa actitud por parte de ella, a él lo inquietaba más. Ella sabía que no tenía culpa de nada pero era inevitable pensar que un corazón estaba destrozado a causa de ella. Él la amaba. Cuando la veía de lejos acercarse lentamente, su corazón casi salía de su pecho, su cara era pequeña para esa sonrisa que se dibujaba, él corría entre la gente, cruzaba la calle soportando los gritos y reproches de los conductores enfurecidos por su falta de responsabilidad, pero ellos no sabían que él era responsable. Su corazón era de ella, y él corría sin importar nada, porque debía cumplir con sus deberes. Entregar su corazón a ella cada vez que estaban juntos. Ella lo miraba mientras tomaban té. Él podía salvarla, pero ella no buscaba un héroe. Ella quería ser una heroína pero en otras causas, rescatar otros ojos, curar otros corazones, muy lejos de su lugar. Ella intentó amarlo como él lo hizo, pero fue imposible. Él sufría, su corazón estaba quebrado en mil pedazos, pero ella también sufría, en la oscuridad de su áspera soledad, abatida por la culpa, por no haber hecho lo correcto. Él prometía que no volvería a hablar del tema, que intentaría olvidar, pero era imposible. Apenas la veía, debía llevar a cabo su plan. Debía intentar ofrecerle su corazón y que ella gustosamente lo recibiera, pero ella respiraba hondo y sentía un dolor en su pecho. Él buscaba sus manos sobre la mesa pero ella las escondía, lo esquivaba. Ya no había nada que él pudiera hacer. Mientras ella revolvía su segundo café pudo notar que la culpa la quemaba por dentro, y que para desgracia de ella, nada podía hacer. Intentaba concentrarse en el oscuro café pero la fragancia de él hacía que centrara sus ojos en esos ojitos café tan tiernos que siempre le fascinaron. Él sabía que las cosas habían cambiado. Que el discurso esta vez era diferente, y ella no podía repetir lo mismo de siempre, aparte de no sentir lo mismo que él sentía por ella, ahora ella tenía otra razón para no estar en esos brazos musculosos tan firmemente trabajados. Cuando él propuso el tema, pudo notar en la expresión de su cara, que ella prefería mirar otros ojos, quería escuchar otra voz, necesitaba oír otras historias no precisamente más interesantes pero quería recordarlas, y era verdad. Prefería escuchar una voz más dulce, menos grave, y oler un perfume menos varonil. Mientas él hablaba de amor, la miró directo a los ojos y guardó silencio. Era verdad. Su sospecha era real. Comenzaba a resignarse prometiéndole que la visitaría sin pausas, para estar a su lado, para acompañarla en sus momentos de soledad, para pretender ser su amigo. Él se acercó, movió el pelo que cubría su oído de la forma que ella amaba. Él, tratándose de caricias y roces faciales, era la cosa más dulce que habitaba la Tierra. Carraspeó y entre susurros le cantó: "Mañana sale el sol, sé que dirás que no, te quiero porque sos como la noche". Ella agachó la mirada intentando fundirla en la servilleta. Él tomó su cara y unió perfectamente ambas miradas. Una lágrima recorrió la tersa mejilla delicadamente perfumada con una varonil fragancia. Ella secó la lágrima que cruelmente se llevaba el brillo de esos ojitos café con su mano. Acercó su silla a él y al oído le susurró, la que por muchos años fue la canción favorita de él: "Adesso giura sopra il mio diario Dove c'è la tua foto che hai dedicato a me". Respiró hondo y continuó: "Che ho consumato con i baci e i pianti Che io per colpa tua non piangerò mai più". Él entre lágrimas sonrió, porque adoraba cuando ella mostraba que había aprendido día tras día ese idioma que él tanto amaba. Él sabía que cuando ella hablaba en italiano era porque hablaba en serio, porque él era importante. Ella nunca a nadie le habló en italiano, solo a él. Un par de lágrimas recorrieron las mejillas de él. Ella lo abrazó, y mientras jugaba con su pelo le dijo: "Prometti indietro non si tornerà". Y esa tarde lluviosa, ese viernes 22 de junio, ella se acercó, tomó su cara y lo besó de la forma más dulce que encontró. Él correspondió ese beso, tan triste y melancólico, tan lleno de ilusiones rotas, tan lindo y perfecto. Se alejaron un momento. Caminaron bajo la lluvia, él la tomó entre sus fuertes brazos y la besó nuevamente. Se alejaron un segundo y ella pasó sus dedos por los perfectos labios de él. Otra lágrima salió de esos hermosos ojos. Ella secó esa lágrima, se colgó de su cuello, besó sus labios por última vez y corrió bajo la lluvia. Al voltear, pudo verlo sentado en la escalera de aquel edificio, con la cabeza entre las manos. Ella se detuvo un segundo a mirarlo, y continuó su camino, pensando que era lo correcto. Focalizando en lo que debía ser. Pensando en un silencio contemplativo. Buscando alguna respuesta. Amanecer. Un silencio aterrador. Dejando sentimientos atrás para volver a sentir...denuevo. Archivando miradas solo como recuerdos para vivir nuevos contactos visuales y tenerlos siempre presentes.

(Título sacado de "Gotas de miel" de Nicole)

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