viernes, 22 de junio de 2007

La impaciencia del corazón: con zapatos de tacón un vestido de domingo te esperaré...perpetuo


Hacía bastante tiempo que no veía llover de esa forma...el viento casi arrancaba los árboles de raíz y las calles eran verdaderos mares. Tomé mi chaqueta y sin escuchar sus gritos "sobreprotectores" maternales, cerré la puerta de la forma más suave que pude. El destino austero, podría ser la premisa del diario de mi vida, al poner un pie fuera de mi casa, llueve torrencialmente, me sentí volar por los aires. He escuchado muchas veces que el tiempo cura todo, cierra las heridas más profundas y se lleva las enfermedades más virulientas, pero éste no era el caso. El viento sonaba tan fuerte chocando contra las paredes, que tiré lejos el paraguas. Un semáforo iluminando la silueta de la figura inerte que es un símbolo conocido por arbitrariedad que grita "No des un paso adelante porque puedes ser atropellado". El color rojo es algo extraño, muy contradictorio para mi gusto. La lluvia mojaba recuerdos de antaño, que escurrían por la memoria colectiva (quizás) pero más bien por la personal. Cada imagen vista cambiaba de color, cada cara se ve más borrosa con el paso de los segundos, el tiempo roba los recuerdos, incluso hace pensar erróneamente que lo vivido fue en vano, el viento los arrastra impidiendo recuperarlos para atraparlos y meterlos en la preciada "caja de los recuerdos" que llevo tan bien cuidada dentro de mi corazón. Intento mirar despacio, dilatar una y otra vez mis pupilas para utilizarlas provechosamente de una buena vez para capturar cada acción, cada movimiento. La lluvia me recuerda a ti, no podría explicarlo con palabras ni con gestos, pero me recuerda a ti. Suelo arrepentirme de todo. La mayoría del tiempo cuando estoy sola me grito y me remezco a mí misma, reprochándome el hecho de no haber disfrutado, de haber estado pensando en el final, de pensar que extrañaré. Eso no es comprensible.Y es algo tan recurrente en mi vida, pensar que en un futuro aledaño extrañaré, imaginarme los segundos posteriores sentada alimentando mi sardónica adicción a la nicotina. Son cosas que pasan. Suele suceder en mi vida cuando alguien fue cordialmente invitado (implícitamente por mí) a pertenecer a mi mundo, por más pequeño que sea a veces, pero donde caben las personas que adoro. Eso explica mis miradas idas, las focalizaciones nulas, los pasos torpes, los brazos caídos, la inexpresión facial, los ojos un tanto llorosos, la arritmia que se hace notar, la ansiedad que me quema por dentro, la incertidumbre ante un próximo encuentro, la lengua que humedece las comisuras de mi boca, mis dientes mordiendo mis labios, una inhalación profunda para mantener un olor entrampado en mi nariz, los cambios notorios en el tono de mi voz, la respuesta que emito de forma indecisa mientras revuelvo una taza de café o algún líquido guardado en un recipiente, mi silencio que trae consigo el acto reflejo de jugar con mis propios dedos, la ignorancia ante las reacciones ajenamente familiares, el no saber si abrazar cuando es debido para no parecer invasiva y si apego mi cuerpo al de la otra persona, es evidente que mi pecho se infla manteniendo la fragancia de su cuello en mis pulmones, el desear fervientemente estar siempre presente y borrar las horas de ausencia que alguna vez pude otorgar, esa forma de observar de modo complaciente, el modo de escuchar con atención para demostrar que solamente estoy pendiente de esa conversación, y lo más obvio, examinar el entorno obviando centrar mi vista en los ojos que están frente a mí. Pero la mayor señal es cuando mi mirada se conecta con la otra, cuando puedo mirar el color de los ojos añorados, cuando puedo ver si existe un brillo en el fondo de esas pupilas. Cada vez que estoy segura que extrañaré sucede lo mismo. Son señales evidentes de una futura tarde de soledad y melancolía, de recordar el ayer, de pensar ilúsamente que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Ilúsamente? Mmmm, no. Yo diría "Correctamente". Me gusta atesorar recuerdos, momentos, vivencias. Vienen todas esas "pruebas" una tras otra para mostrar (y así no tener que molestarme) que siento amor devotamente y que ofrezco todo de mí sin buscar nada a cambio. Tal como en las recetas de cocina cuando dice "Si la solución homogénea hierve tras cinco minutos es porque usó correctamente los ingredientes y su plato favorito está a punto de deleitar a sus invitados". Demuestra que mi corazón siempre llevara sus recuerdos, su cara. Si alguien puede estar frente a ese listado de conductas significa que es imperiosamente importante en mi "profunda" existencia. Debo reconocer que en líneas cadenciosas anteriores no hablé solamente de tí, sino que de mis pocas relaciones personales sensatamente sublimes. Pero hoy todo me habla de tí, todo se basa en tí, todo tiene tu aroma, y tu risa resuena en mi cabeza. Cómo olvidar los días de temporales nacionales mientras veías las noticias tomando desayuno, y te impresionabas cuando en CNN mostraban algo de Chile. Dejabas la taza de té de hojas (porque si ella te preparaba un té de bolsa era casi pecado mortal) y me hacías poner atención. La lluvia hoy, me habla de tí. Veo las gotas caer desde las nubes lejanas y tu cara viene a mi mente de inmediato. Si tuviera que elegir una palabra para definirte...es evidente que no podría. Cualquier vocablo sería tan solo un esbozo, tan miserable como eso. No puedo esconder mi aversión al hecho de buscar solo una palabra que puede sonar muy linda a los oídos de cualquier persona, pero tendría una sensación de vacío al tener que desechar el listado de virtudes que he encontrado. Eres tan perfecto para mí. Siempre de buen vestir, de gracioso caminar. Perfecto. Esa es la palabra. Quizás si pudiera encapsularme en el tiempo, y te hubiera conocido de forma diferente podría haber jurado que eras mi milagro invernal, un ángel sin religión alguna si creencias divinas, pero un ángel en cuerpo y alma. Un milagro que llegó a mi vida cuando no lo pedí y que agradezco infinitamente no haber enviado de vuelta. Quisiera haber pensado todas estas cosas antes, no hoy, no esta noche, no ahora que llevo tres días consecutivos escribiendo minuciosamente para atesorar (te). El marido perfecto. Eso eres. Aunque no solo el marido. El hombre perfecto. En este momento tengo tantas imágenes tuyas en mi cabeza, un álbum de fotos es hojeado automáticamente. Los claustrofóbicos recuerdos me agobian en este minuto. Quiero liberarlos, dejarlos ir de forma natural, pero es tan difícil. Cómo olvidar los veranos, cada verano que pasé a tu lado. Perpetuos. Ojalá físicamente pudieran serlo. En mi mente...perpetuos continuan. No sabría si calificarlos como "breves" o "eternos". Tres meses por año en realidad no eran suficientes. Nunca fueron suficientes. Cuando salíamos de compras, juraría al cielo, que eran casi mis momentos favoritos. Atesorados. Momentos atesorados que quizás por mi desatendida conciencia a causa de mi inmadurez nunca antes reconocí. Nunca me exigiste mucho, mentiría si dijera que me pediste algo. Imposible olvidar cada vez que encendías la radio del auto, y por constelación coincidente sonaba alguna canción de las que nos reíamos juntos mientras las bautizabas como música de "Ambiente de fuente de sodas" y ahí una carcajada salía desde lo más profundo de mi cuerpo para reventar contra el parabrisas. Cómo olvidar cuando me arrodillaba en el asiento del copiloto y frenabas bruscamente para que me balanceara e incluso perdiera el equilibrio mientras lanzabas una carcajada, mi carcajada favorita, mi risa preferida, imitando a Patán, la caricatura que por tantos años seguí por televisión y que mientras comíamos pan tostado (o quemado a veces...por no decir siempre) con mantequilla y mermelada de durazno observábamos en "Las olimpiadas de la risa". Ya no existe un camino para llegar a tí. Ese camino se borró, perdí tu pista, yo no tengo certeza hacia donde fuiste, pero estoy segura que tú sabes que continuo aquí, donde mismo, en mi habitación mientras mis ojos se llenan de lágrimas al mirar el color verde en las paredes, y no puedo evitar verte decidiendo por mí (como tantas veces lo hiciste a raíz de mi indecisión, de la cual nunca perdías ocasión para recordármelo de forma graciosa) la nueva tonalidad que podría adquirir mi dormitorio. ¿Cuántas veces quitaste las manchas de las paredes con una esponja y al esperar que el agua se evaporara quedaba un rastro cinco veces (sin exagerar) más notorio?. No me importa. Podrías haber sido un graffitero y me hubiera importado un bledo. Y claro, no puedo obviar esa devota obsesión por cuidar el auto que nació sin siquiera notarlo, y cada vez que estacionabas tu "objeto de cuidado" carraspeabas desde la escalera e inmediatamente me daba un ataque de risa mientras abría la puerta, y claro...me veías en pijamas, te quedabas un momento de pie frente a mí, sacabas de tu bolsillo un chocolate y mientras me lo entregabas, intentabas recordar en qué fecha me habías regalado el pijamas, en qué papel lo habían envuelto, qué talla era y me recordabas cuanto te molesté por tenerlo. Quizás no he regresado a la equitación a causa tuya. ¿Cuántas veces comentabas que era una equitadora excelente? ¿Cuántas veces me elogiaste? Aunque claro, ni te movías de la sillita plástica mientras tomabas jugo y me mirabas a lo lejos, y cuando pasaba cerca tuyo decías algo y me hacías reír. A tí te debo la pasión por las raquetas y las canchas de arcilla. Una vez me viste tomar una paleta de playa para responder a una pelota voladora y dijiste que jugaba muy bien. Ahora puedo sonreír, forzando mis músculos faciales, puedo intentar dibujar en mis labios algo similar a una sonrisa mientras me pregunto si eras un gran mentiroso compasivo o un manager emergente con deseos de forjar actividades deportivas en el resto. Nunca he visto tu sombra. Nunca me has visitado en la madrugada. Nunca me has hablado entre sueños. Nunca. Nunca. A veces. Quizás. Tal vez es mi culpa. Y tu cámara fotográfica. Era lo primero que estaba en tu maleta al momento de planificar un viaje. Los días soleados en la casa de campo. Los helados a destajo, las comidas excesivas, las risas efusivas, las noches interminables cuando estábamos todos en el mismo lugar. Te juro que siempre recuerdo cuando sonaba tu aguda bocina y yo salía corriendo de clases para irme contigo. Siempre había alguna anécdota, y si no...la inventábamos. Perpetuos. Recuerdos perpetuos. No puedo evitar decir..."perpetuo". Escucho como si fuera ayer tu risa ese día de abril, cuando me despedí de una amiga que (no podría decir que "por desgracia" porque no soy ella ni tampoco estoy cerca de saber lo que piensa) se llamaba Linda. Linda. Al caminar hacia la esquina mi abuelita al oído me dijo riendo: "Que eres mala. ¿Cómo le dices linda?" Y bueno, me molestaste con eso por muchos años, de hecho, creo que nunca lo olvidaste. Al mirar las paredes de tu habitación, puedo recordar cada cosa que viví contigo. Esa codicia enfermiza por tener miles de fotos enmarcadas que más de alguna vez ayudaron a resfrescar las memorias inertes. Ahí estoy yo. Disfrazada. Traje celeste, papeles de colores (que simulaban flores), corona de capullos. Era todo el atuendo. Pero ese no era tema. El sol azotaba mi cara y cada rayito, por más ínfimo que fuera, invadía mis ojos, y sólo bastaba con eso para que naciera una leyenda casi familiar. En realidad un mito, porque era mentira. Y cuando alguien se acercaba a mirar mi foto, esperabas a que fueran a decir algún comentario de esos maternalmente tiernos y decías que yo estaba llorando. Y reíamos. Suena aburrido si lo escribo, pero...probablemente haya sido tu chiste favorito. A fin de cuentas todas las historias tienen conexiones subterráneas que al trazar las líneas correspondientes suena tan evidente que dan deseos de pensar que la lentitud mental es algo natural. ¿Cúantas veces viste como me despedía de mi abuelita y que parecía que nos pelearamos el primer lugar a la más sensible y llorona? No perdías tiempo. Nunca perdiste tiempo cuando se trataba de evitarme una lágrima. Decías: "No te pases las manos por tus ojos, que quedarás sin pestañas. Ya te quedan cinco". Entre sollozos sonreía. Y ella también. La abrazaba y seguía llorando. Notabas que los segundos continuaban pasando y mis ojos casi reventaban por la tristeza acumulada. "Pero no sufran tanto, que parecen lechuzas". Al sonreírte apretaba los ojos y caían las lágrimas que estaban estancadas. Sentías que fracasabas. Habían pasado tres minutos y mi llanto no cesaba. "Pero 'Chica', invitémosla para el próximo fin de semana" le decías. En ese momento te sentías tan cómodo en tu trono. Habías reinado sobre nuestros corazones llorosamente dolidos por la inmimente separación que vendría minutos más tarde. Yo siempre hablé de ella y no de tí. Yo iba a su casa y no a la tuya, siendo que vivían en el mismo lugar. Mis amigas sabían que yo estaba de vacaciones con ella y no contigo. Nunca te nombré. Aunque si lo pienso, venías por añadidura. No digo que eras el acoplado de mis situaciones con ella. No era necesario detenerme a decir que iría a verla a ella y además a tí para mis vacaciones de verano. No hacía falta decir que la extrañaba a ella y también a tí. Eran cosas obvias. Y cuando amaba estudiar y jugar por sobretodas las cosas, los domingos mientras veías esos programuchos familiares ("Venga conmigo" y demases) nos lanzábamos una pelota. Quizás fuiste jugador de béisbol en otra vida. Segundos después un silencio culposo nos rodeaba. Nos observábamos callados solamente gesticulando. Escuchábamos sus pasos mientras se acercaban de forma curiosa, y rápidamente me pasabas los trozos de la lámpara que bajo su ampolleta tenía una figura de jovencito, de esos que vivieron por el año mil ochocientos, para que la escondiera debajo de la cama. Ella fingía no saber lo que sucedía. Intentaba mentirnos diciendo que "creyó" escuchar un ruido. Y mientras sus pasos se alejaban me pedías el pegamento que guardabas en el cajón de madera, para luego entregártelo, y mientras quitabas la tapita, me lanzaba a limpiar el parquet con mi ropa al arrastrarme para poder sacar la lámpara que estaba en el medio de la cama. Los años pasaron y nunca fueron en vano, siempre habían vivencias y momentos por recordar. Miro de reojo y recuerdo tu reproductor de video. Esa máquina por sí sola no aporta mucho en la búsqueda de momentos a los que aferrarse, pero claro, si al video lo unimos por medio de una llamada telefónica conmigo, puedo continuar enlazando las respectivas acciones con los efectos, y las causas con las consecuencias, y los objetos con los recuerdos. Grabar. "Rec...aprieta rec". No hablabas. Y antes de que dijeras nada y decía: "Está al lado derecho". Entre risas me decías que lo estabas buscando. Cómo olvidar cuando veíamos esas películas, calificados como clásicos ante tus ojos. Y ese fanatismo, ese amor que tenías por "La impaciencia del corazón". Zweig. Puedo jurarte por esos pantalones color crema que tanto te gustaron y que a modo de sorpresa me regalaste, que encontré una cursilería enfermiza el título del libro. Prejuicios. Sí. En realidad...no. Esa novela tan sensiblona, que con solo ver la portada uno podría apostar que la historia comenzaba depresivamente y terminaba en agonía. Con solo leer el índice ya podrías tener un nudo en la garganta. Ni hablar para más adelante. Cuando uno iba por la mitad del libro era casi necesario realizar algún deporte extremo y rezar para que fallaran los sistemas de seguridad. Suicidio seguro. Y al llegar al final del libro, desearía tener una silla de ruedas, al igual que la protagonista, para caer por el balcón. "Que alegre". Siempre decías eso cuando escuchabas alguna historia lamentosamente cebollenta. Tu libro favorito era para decir "Que alegre"...pero con un cuchillo en la mano. Intento no reírme, pero no puedo evitarlo. Tengo derecho. Estoy en todo mi derecho. Ví casi tres veces la película basada en el libro pero con acento europeo, entre "erres" pronunciadas siúticamente que con facilidad podía ser confundidas con "gues". No volaba una mosca cuando aparecía el "Dr. Condor" porque claro, te hacías el rudo, el fuerte, pero esa era la parte más deprimente de la película, bordeando la tónica de teleserie venezolana, solo que hablada en francés. Quisiera haber sido Zweig para que me admiraras. Quisiera escribir como Zweig, para demostrar que te recuerdo. Te recuerdo. Todos los días pasas por mi mente, aunque sea por un par de segundos. Cuando estoy triste recuerdo el día más chistoso de mi vida a tu lado. Los elementos en juego: un carro de supermercados lleno, en el cual habían horas de dedicación para buscar los mejores productos, una pila de cajas de fósforos de casi dos metros de altura, un poco de distracción y una madre alterable en situaciones que lo ameriten. Mientras estaba con ella buscando un tarro de piñas, volteo para echar las (ya ni recuerdo cuantos eran) latas y el carro había desaparecido por arte de magia. Ahí aparece el primer elemento, el carro. Inmediatamente, como reacción en cadena, una madre irritada gritando (me) porque por mí culpa el carro no estaba. Pasaron los minutos y como "el gallinero estaba revuelto" se escucha una carraspera cercana. Ambas volteamos y no sabíamos de donde provenía el sonido. La pelea continuaba. Digno de Sherlock Holmes. Estuve a segundos de sacar mi libreta de anotaciones para tomar apuntes de los testigos para buscar al culpable del "secuestro" del carro con mercadería que tan arduamente había sido seleccionada. Carraspera. Denuevo. No nos detuvimos a ver quién era el de la carraspera fantasma que tanto nos interrumpía entre culparnos mutuamente. Ahí apareces, con el carro en la mano y con ataque de risa que parecía epilepsia. Nos miramos entre los tres y nos largamos a reír. Recordar esa tarde de otoño bajo los veintun mil focos y vigilados por las cámaras de seguridad me alegra el día. Fue mi primer año en una ciudad nueva. Amenizaste mi llegada. Atenuaste los cambios que veías venir. Me mostraste tantas cosas. Televisión por sobretodo. Esos programas de peleas familiares moderados por abogados. ¿Cuántas veces nos reímos de eso? ¿Cuántas veces bromeábamos diciendo que inventarías un caso para llevárselo a Ana María Polo? Y reímos. Cada pelea que surgía tras esa pantalla nos causaba risa mientras comíamos el postre que por lo general era una sémola con leche. Combos iban, combos venían. Soltabas una carcajada. Uno de los "litigantes" tomaba el vaso de agua no para llevarlo a sus labios, sino para lanzárselo a la contraparte (a veces no solo el líquido, sino que también los vidrios para causar más daño). Incontadas veces llegué tarde a ver el programa, y me ponías al tanto del caso que se presentaba. Aunque no todo era televisión llena de pleitos. Cuando de vez en cuando tomábamos té en tu casa, no existía sobremesa, sino una estampida hacia el televisor para ver los programas educativos españoles. Excesivas pronunciaciones articuladas gracias a la lengua ubicada entre los dientes para decir "zz". Modulaciones mediocres pero grandes conocimientos. Tardes de "saber y ganar" seguidas de "La ruleta". Pura televisión española. Y una vez por semana respondías a las preguntas de don Francisco y me restregabas en la cara tus conocimientos admirables. Tú y tus programas. "¿Quién quiere ser millonario?". De antología. Podría pasar noches enterar recordándote, viendo tu cara en todos lados y escribirlo, oler tus perfumes varoniles y anotarlo, visualizar cada cosa que hiciste por mí pero se me iría la vida, y sé que no deseas que eso suceda, aunque valdría la pena. Todo hace que aparezcas en mi mente. Este computador...¿Recuerdas que me acompañaste a comprarlo en septiembre hace unos años? Créeme que yo sí. Y podría decir que fuiste el hombre de mi vida, nunca lo dije, nunca lo viste en mi cara expresado, pero lo fuiste, lo eres. Mi ausencia interminente pudo haber sido fatal, quizás fue fulminante, eso nunca lo sabré. No me gustaría pensar que por esa razón te fuiste, porque yo me fui por pedacitos, porque estuve contigo de forma mediocre. Nunca me dijiste adiós de la forma debida...¡Fuiste un ordinario! pero yo tampoco extendí mi mano para estrecharla con la tuya para despedirnos. Quizás nunca fuiste mi Romeo, porque ya tenías tu propia Julieta, pero puedo decir feliz citando la canción que cada vez que estábamos juntos sonaba por casualidad, que puedo ser Penélope si deseas y tú...puedes ser cualquier hombre, mientras sigas siendo tu mismo, puedes llamarte Pedro, Juan, Diego, Pablo, Matías o como quieras, pero seguiré siendo Penélope, tu Penélope. Te esperaré como dice la canción "Se sienta en un banco del andén y espera que llegue el primer tren". Quisiera escuchar de tu boca, quisiera oir tu voz ronca diciendo "adiós amor mío no me llores volveré, antes que de los sauces caigan las hojas". No seré Julieta pero puedo ser Penélope. Suena como si fuera una segundona. Solamente suena como si lo fuera. Porque nunca lo fui. Si tan solo pudieras regresar. Ir a tu casa y verte en tu sillón favorito que tantas veces me ofreciste caballerosamente y nunca acepté. No es lo mismo. Tu olor sigue ahí. La almohada tiene tu olor y por más que me tape la cara e intente dormir sobre ella, aún puedo inhalar tu aroma. Quizás los días pasen y el dolor de tu ausencia se vaya esfumando lentamente, pero tu ausencia nunca se irá. Un hombre práctico. Eso eres. No perdías tiempo. Nunca perdiste tiempo cuando se trataba de evitarme una lágrima, pero déjame decirte que hoy, después de unos meses el tiempo ha ganado, ha reinado por sobre tu voluntad, porque las lágrimas que corren hoy por mí mejilla nadie podrá quitarlas. Esfuerzos sobrenaturales hiciste para no verme llorar durante todo este tiempo. Tú mismo pudiste ser testigo que hace meses lloré cuando la puerta se abrió y vi como te ibas. Reventé en llanto cuando la escuché a ella, decir de su boca "Te amo" con voz temblorosa, a ella, Julieta, tu Julieta. Y hoy, por primera vez, lloro. Lloro por ti. ¿Ves? Nisiquiera puedes aliviarme. Deberías preguntarme si quiero miel. Una cucharada de miel. Tan dulce y hostigante. Miel. ¿Cuántas veces me sirvió? Muchas. Un par de gotas de miel pueden más que una lágrima. Lo sabes. Tú lo sabes bien. Y aquí. Aquí no hay. Nadie compra miel.
No vienes. No has venido. Espero verte. He querido verte. Te quiero a mi lado. Despierto sin recordar desde cuando ya no estás. En silencio te recuerdo. No prentendo sonar como una balada de amor mediocre buscando olvidarte a través de los versos. No quiero olvidarte. No te dejaré ir tan luego. No te irás de aquí tan facilmente. Lo digo yo. Aquí te quedarás y punto. Pensar que hay personas que dicen que les faltará vida por vivir. A mí, ahora, me sobra. Me sobra quizás media vida. Quizás tres cuartos. Me sobra.
Y pensar que "Lechuza" universalmente es un animal, pero para ti era quien te saludaba con una palmada en el hombro seguida de una risa. Era quien sabía de mecánica y comentaba contigo los problemas del motor de tu auto. Era quien secretamente amaba la literatura al igual que tú. Era quien escuchaba de tu boca que al tragarse una pepa de sandía podría germinar la semilla y crecer un árbol en su estómago. Era quien siempre se reía cuando le recordabas lo torpe que fue a los siete años por tragarse un chicle y que de no ser por un equipo médico, aún continuaría en un organismo. Era quien jugaba a los cantitos complementados con palmadas "Debajo de mi cama hay un perro muerto". Era quien en un invierno de temporales no avisó que tu auto estaba bajo un puente y que lo vio irse con la corriente (Y era quien siempre se reía cuando se lo recordabas). Esa era "Lechuza". Quien te recuerda hoy. Quien escribe pensando en ti. Quien escribe pensando en ti algo tarde. Perpetuo. Sólo pido que recuerdes todo lo que he vivido. Perpetuo. En mi mente...perpetuo.

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