jueves, 10 de enero de 2013

King, Charlotte.

El balance del 2012 me lo salté sin razón aparente. Me dio lata hacer uno, no tengo una obligación moral de escribir lo que me pasó y me dejó de pasar en 365 días. El enojo es un mecanismo de defensa a la larga, más que una reacción a un hecho determinado, a algo que te haga explotar. Bajar las defensas para dejar entrar microorganismos en tu cuerpo no siempre es tan bueno. Puede que exista la fe de que algo bueno pasará, esa esperanza remota. Dar aires nuevos a la existencia. Y da rabia tener las barreras siempre apartándote del universo, construir un muro más grueso y largo que el de Berlín para evitar sufrir, para no sentir que te dañan, no dejar entrar personas que son potenciales amigos, mejores amigos, amores, relaciones duraderas. En un punto embarga un sentimiento de soledad, de incomprensión, odiarte por hacerte a tí mismo eso, por meterte en una burbuja blindada y evitar toda interacción que pueda desembocar en contar tus secretos, en mostrar vulnerabilidad. Uno se propone como meta dejar de ser así, intentar ser un poco más "normal" y poder confiar, creer en las personas, en que mereces una oportunidad social. Por fin pasa y es genial. Eres capaz de abrir una pequeña puerta (o una rendija en realidad). En momentos deseas no necesitar a nadie y te apartas, vuelves a tu refugio de siempre y pierdes contacto con la humanidad. Es ser un Jack de "Lost", desear subirte a cada avión con la esperanza de que se caiga en la isla, de la cual ya saliste, pero deseas volver, porque extrañas tu soledad, tus cosas, tu silencio, el olor de tu habitación, los resortes de tu colchón usadísimo. Subes a cada avión, con cada destino, con el desesperado deseo de volver a ese sitio autista. Y no pasa, y un día - el menos pensado - estás rodeado de palmeras, arena y solo el sonido del viento. Se siente bien volver al inicio, a esa soledad extrema. Vuelve la capacidad de reorganizar los pensamientos, de sentirte capaz de resolver tus propios problemas. Saber que eres tu propio hogar y necesitarte a ti mismo. A la mañana siguiente despiertas buscando un bote, una hoja flotante o algo por el estilo que te permita cruzar el mar y volver a la ciudad, donde hay ruido, risas, personas caminando, palabras que puedan llegar a alguna fibra de ti. Luchas por construir lo necesario para volver a la vida real, pasan días de desahucio, donde ya nada es capaz de tener luz. Por fin, un golpe de suerte te lleva de regreso a la vida tal cual la conocías. Y al regresar, la humanidad se perdió, se cayó a un agujero, sin ti. Y no hay nadie para ti, cuando estabas listo para necesitar a alguien, para pedir "ayuda", para recibir apoyo. Cuando a combos botas el muro, detrás de él, ya no hay nadie disponible. El silencio es ensordecedor. Te sientas en el suelo, con la cabeza entre las rodillas, tapas tu cara y te obligas a no llorar. Invocas a Houdini y paf! ya no estás.

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