domingo, 11 de noviembre de 2012

Podría acompañarte al infierno o a cualquier parte

Se habla de la vida, pero nadie te enseña a vivir en realidad. Nadie es capaz de definir de qué se trata esa palabra tan "común", repetida por todos, desde el más clever hasta al más ignorante. Vivir es como caminar: hay caminos pedregosos y otros fáciles de seguir. Nadie es capaz de decirte cómo superar tristezas, cómo atesorar las alegrías. Nadie es capaz de explicar cómo debes adaptarte ni darte las herramientas para hacerlo. Nunca me dijeron que dejaría de tener cinco años y añoraría la navidad solo hasta ese momento, nadie me contó que tendría que dejar mis barbies de lado para crecer, ni que los amigos se van y llegan otros, que dejaría de vivir en Santiago, que el colegio se acabaría en algún momento, que si comía mucho sushi podría llegar a aburrirme, que cuando creí sentir algo fuerte por alguien era solo idealización de cabra chica, que mi polerón favorito de mickey mouse no podría usarlo de grande, que los sueños en teoría suenan bien pero en la práctica son disonantes, que estudiaría una de las últimas carreras universitarias que hubiera imaginado, que perdería a mi tata, que nunca tendría la habilidad real de ser más optimista y luminosa. Nunca nadie se dignó a explicarme que las lágrimas no solucionan nada pero que alivian (en parte) el dolor del corazón. Lo que más me molesta es que SÍ me dijeron que la vida es lo que TÚ la haces y no fui capaz de escuchar o entender. Todos los días hay pérdidas, dolores, miedos. Esos son días sombríos, de siluetas ocultas, infernales. Pero si hay suerte, habrá un par de días de mucho sol, de una luz inmensa, donde no solo el cielo brilla, sino que los ojos que has elegido mirar y la sonrisa que te ha de acompañar. Sí, perdí a mis hijos perrunos, mis sueños de infancia familiares, la estabilidad emocional, la paz mental, un par de dvds que nunca me devolvieron y buenos amigos. Drenarme en llanto fue lo que hice, sufrir a rabiar fue lo que sentí, en el fondo del fondo del fondo del fondo más profundo estuve. Nunca aprendí, no aprendo y no aprenderé a lidiar con perder, con ceder, con agachar la mirada y resignarme. Pero una mañana, un bombeo de sangre me golpeó el pecho, se impulsó a mi cerebro y me hizo pensar que si no soy capaz de INTENTAR mejorar mis habilidades de super(sobre)vivencia, moriré del caos mental que suelo crear en mi cabeza. Y lo que SÍ me enseñaron, es que a veces, por más desfavorable que sea todo, vale la pena morir en el intento y puede que la balanza no se incline tan groseramente hacia el lado oscuro y que tenga un par (o varias) cosas rescatables.


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