jueves, 18 de octubre de 2012

Perdidos (y muy perdidos) en Tokio

Nunca he creído que las cosas son azarosas, siempre todo tiene un motivo de ser, una razón profunda de pasar. Un día de insomnio el tv cable puso ante mí "Lost in translation", por más que nunca antes quisiera verla. Estúpidamente creí que era del tipo de película como "Y donde está el policía?", esas comedias absurdas donde nadie se ríe. Ayer me enteré que los japoneses no hicieron fácil la filmación, que se oponen a grabar los exteriores y que la escena final de "Perdidos en Tokio" (la de las mil teorías donde todos suponen lo que Bob y Charlotte se susurran) se grabó desde el interior de una confitería con un zoom maravilloso que no se percibe. Ser insomne es un estilo de vida, para mí no es patológico cuando invierto bien mi noche en vela. Extrañamente, es una película ostentosa, con mucho exterior, con una cultura tan desconocida para nosotros los tercermundistas, que seríamos igual de solitarios que ambos personajes, sin poder comunicarnos efectivamente con nadie. Es como ser sordo y autista a la vez. Donde tu identidad se esfuma y es solo tuya, invisible a los ojos rasgados de los japoneses. Por más Japón que exista fuera de sus esencias, Charlotte se refleja en la ventana, en una de las primeras escenas, cuando mira desde arriba la ciudad entera. Por más grande que sea su interior, no bastó con hacer todas las cosas que determinaron su vida: tener una carrera y casarse. Al mirar dormida a su esposo es como si se perdiera constantemente, por más amor que sienta hacia él, no todo es tan simple como creyó que sería. Al final acaba por descubrir que postponer su vida por los proyectos de su marido no es lo mejor. La vida tiene caminos solitarios a veces. Intenta comunicarse con su universo y sus amistades extrañamente, le dan la espalda cuando más lo necesita. La distancia no es solo física, sino que también es lejanía "relacional". Charlotte recorre Tokio tal como indaga dentro de su mente: descubre pasajes nunca antes vistos, producto de divagar consistentemente. En un bar conoce a alguien con quien nunca hubiera tenido algo en común, que probablemente inmersa en su realidad nunca hubieran cruzado una palabra. Bob viene de un matrimonio monótono y el motivo de su viaje es netamente laboral, hasta que descubre que alejarse de su hogar lo capacita para ver lo agotado que se encuentra de la vida que tiene. Charlotte y Bob se topan en sus soledades, comprenden que son capaces de decifrarse sin conocerse mayormente. Ambos saben qur Tokio no es solo un lugar de calles iluminadas atiborrado de información y publicidad, sino que descubren su oscuridad, su silencio. Tokio es un momento, el que nunca buscaron y apareció fortuitamente, determinando sus existencias, haciéndolos crecer a su manera. Estados Unidos queda atrás, lejos, pero Charlotte encuentra su hogar en Bob y él en Charlotte. Tokio es un sentimiento de pertenencia ambiguo: una relación sin nombre donde apesar de no haber nominado y delimitado las condiciones, ambos sienten que su mundo interno es del otro. El "silencio contemplativo" gesta un amor contemplativo, en una cama vista desde arriba, donde eligen mostrar sus miedos, sus malas decisiones, los lugares sombríos de sus mentes. El tiempo se agota, pero Tokio es un lugar y momento finito: ambos saben que es una pausa dentro de sus vidas. Por más que comprendan que el reloj de arena se consume, no quieren lidiar con una despedida. Huyen mutuamente el uno del otro, hasta que bajarse de un taxi como un fuerte latir del corazon, con un dolor de estómago, con un nudo en la garganta, con los ojos llorosos, por más trágico y evitable que pudiera ser, es el único camino que los lleva a la satisfacción, a dar un cierre digno a Tokio. La Coppola no quiso contar cuál fue la última frase que se susurraron. Algunos dicen que es "te amo" y otros creen que se prometen que volverán a verse. La magia de la película radica en que por muchos habitantes que tenga Japón, solo Charlotte y Bob comparten una conexión, que podría calcularse de 1 en 3839282113891383929 (y puede que no haya contabilizado a algún japonés). Tokio los lleva a la verdad, a sentir, a vivir, a explorar (se), a abrir puertas de sus vidas que estaban ocultas, a crecer, a ser felices. Tokio no es solo una ciudad, es un lugar, un sentimiento, una emoción, una conexión,  una relación, un momento. Para Charlotte y Bob Tokio no queda en Japón, está en cada lugar al que se dirigen y pueden regresar cada vez que lo deseen.


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