Los golpes recibidos no siempre tienen un victimario y una víctima. En ocasiones el victimario aprieta el puño y lo estampa en la cara de la víctima, quien a su vez es también victimario de su propia desgracia, por anteponer su rostro ante un conjunto de huesos y nudillos afilados cubiertos con piel que harán emanar sangre en cuestión de segundos.
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