lunes, 31 de agosto de 2009

Burbujas: Sé que me llevas a un buen lugar


En la plaza que solía evadir día tras día, desde hace ya un par de años, vi solamente una imagen y quedó completamente grabada en mi mente, de forma instantánea e hizo que muchos sentimientos se apoderaran de mí. Una niña pequeña, de cabello rubio y rizado, corría entre los columpios siguiendo a una paloma. Sus piernas tan cortas intentaban dar pasos largos pero le resultaba imposible. Quizás en su mente estaba la idea de que era veloz, de que podría atrapar a aquel bicharraco con alas y plumas y por la misma razón continuaba intentándolo. Se cayó un par de veces, sus rodillas quedaron impregnadas de tierra pero no le importó: puso sus pequeñas manos abiertas sobre el suelo, extendió sus piernas y se puso de pie nuevamente. Limpió sus pantalones. La paloma nisiquiera corría más rápido, porque presentía que una niña tan pequeña no podría alcanzarla ni hacerle daño. De pronto miró a su alrededor y vio una pequeña botella para hacer burbujas. Corrió directamente hacia ella, la destapó, acercó a su boca el círculo y comenzó a soplar. Al principio solamente caía la espuma de forma abrupta al suelo y mojaba los extremos de sus mangas. Introdujo nuevamente la varilla y la sopló pero más lento. Tres burbujas se elevaron hacia el cielo. Ella las contemplaba y extendía su mano para atraparlas, pero al realizar ese movimiento, derramaba el líquido. Caminó hacia su padre y le pidió que él hiciera burbujas para ella poder reventarlas. No tenía más de cuatro años. Sus ojos brillaban como nunca. Al rozar la mano de su padre para pasarle la botella sonrió. Su padre le acarició la cabeza. Ella hizo un gesto, él dejó la botella sobre el asiento y la sentó en sus piernas. Le hizo cosquillas por un momento, luego le apretó tiernamente la nariz y la dejó nuevamente libre. Tomó la botella y comenzó a hacer burbujas. Ella entusiasmada las seguía, corría tras de ellas, saltaba para intentar atraparlas, se frustraba cuando se reventaban en el suelo. Observé por unos instantes y me pregunté qué tienen de mágico las burbujas, por qué todos amábamos las burbujas cuando pequeños, que somos capaces de llorar porque nuestros padres nos compren de esas botellas cilíndricas con tapa de color fosforescente. Y las manos quedan pegoteadas cuando el líquido se vierte por el recipiente, también se acaba de tantas burbujas que hacías, y claro, ibas a la cocina, echabas un poco de agua y el resto lo llenabas con lavalozas y creabas tu propia poción mágica que te conducía a la felicidad nuevamente, a ese mundo de fantasía donde tú podía construir tus propias burbujas, donde podía jugar a ser Dios, a crear y "descrear" esferas pseudotransparentes que flotan en el aire y que perduran en la atmósfera por un tiempo relativo, que nadie controla, que tan solo ellas saben cuanto duraran. Pero si mueren, no importa, porque introduces la varilla, la sacas, pones el círculo cerca de tu boca, soplas con cuidado y salen disparadas las hermosas burbujas. Cosas tan simples te llevaban a la felicidad, una simple y común burbuja podía transformar tu tarde, convertirla en algo maravilloso, hacer de tu depresivo domingo donde siempre en los almuerzos familiares habían peleas, en un mundo de ensueño, donde eras la reina de las burbujas y eso nadie lo podía negar, porque tú eras reina de tu propio reino con tu propia dinastía y tu propio universo, con tus propias reglas y normas. No recuerdo el olor de las burbujas, creo que no tenían, aunque a veces olían a limón dependiendo del lavalozas que tu mamá comprara o si es que no había podías usar shampoo pero no resultaban tan facilmente. Las burbujas cambiaron mi vida, fueron gran parte de mi infancia y actualmente cada vez que veo una niña jugando con ellas, observo, guardo silencio y las siento como si fueran mías, como si fuera yo quien las crea con su poción mágica creadora de burbujas hermosas. Solamente me quedo de pie y miro: es tan increíble ver la cara de la niña que sopla la varilla, es una concentración enorme, como si calculara cuanto aire deben emanar sus pulmones para que las burbujas nazcan y no sean abortadas antes de poder flotar. Una vez que se infla en el círculo de la varilla y vuela por el aire, una sonrisa sale de su rostro. Luego sopla para ayudarla a volar, para que llegue a la cima, a las nubes, allá lejos probablemente a Saturno y conozca a los ángeles para que pase a mejor vida, a la vida eterna, de donde nadie ha regresado para contar cómo son las cosas realmente. No hay distancias suficientes que me puedan separar de los recuerdos, mis deseos no cesan. Quisiera regresar, encontrar aquel botón que estoy segura y tengo la certeza de que está frente a mí pero no lo veo o simplemente tengo los ojos vendados y por esa razón no puedo, vendados de tristeza, de decepción y solamente tengo que quitarme ese trozo de género inmundo y ser feliz otra vez. Salir un sábado, mirar en la misma plaza a las niñas jugando con sus burbujas y luego sacar unas monedas de mi bolsillo, comprar una botella pequeña y llevarla conmigo. Luego podría esperar un momento de soledad, en un amplio lugar donde no haya nada ni nadie, donde ni ruidos ni presencias me perturben, abrir la botella, mover la varilla, sacarla lentamente, acercar el círculo a mi boca y soplar lentamente. Me sentaría en el paso, en medio de las flores y haría burbujas para verlas flotar, para verlas volar de la forma en que los humanos no podemos porque no tenemos alas y la gravedad nos juega en contra. Me acostaría y miraría las nubes y las burbujas alejarse, algunas se reventarían en el trayecto y otras continuarían volando hacia la lejanía, donde nadie ha llegado, donde nadie nunca ha ido, donde nadie nunca ha podido caminar, quizás choquen con una nube y se rompan o quizás la atraviesen. Despierta en mi alma, dejaré encender un latir, buscaré revivir para volver a sentir, descubrir en mi mirada que estoy en mi propio hogar, en mi propio lugar, en el adecuado y el correcto conmigo misma.

(Título sacado de "Te agradezco" de Leche)

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