lunes, 18 de febrero de 2008

Y si me siento sola ¿Quién puede controlar las horas?


Camino lentamente por una de las calles más habitadas de la ciudad, donde todo se vende, todo se compra, donde existen soluciones a todo, donde se puede encontrar desde un clavo de cabeza cuadrada hasta los zapatos de la temporada que vendrá. Camino cada vez más lento y la gente me mira, es extraño, porque no me incomoda como en otras ocasiones, me resulta indiferente que me miren más de la cuenta. Alguien me habla, no escucho con claridad lo que dice, me detengo frente a él mientras me quito el audífono con la música a todo volumen: "Le preguntaba si tiene novio" dice un hombre con una sonrisa algo tierna en la cara, suelto una carcajada y muevo la cabeza de izquierda a derecha, luego el hombre pone cara de duda, esa expresión facial que da a entender que no lo encuentra posible. Me alegra un poco el día, sí, debo admitirlo, me alegró la vida por cinco segundos que aprecio a cabalidad, que los atesoro de forma profunda para que no se me arranquen tan fácilmente. Sigo caminando y cada vez hay más personas en las calles. Publicidad por todos lados, afiches luminosos, gigantografías opacas, rostros famosos y otros no tanto. Me quedo de pie unos segundos mirando cada anuncio publicitario, para intentar que se metan bajo mi piel, para olvidar cosas que no quisiera recordar. Me cautiva la sonrisa de una imagen gigante, me gusta, sonrío al ver a la connotada animadora con su cara de alegría, que claro, era lo más fingido que había, pero intento obviar ese detalle y creerle, comprar la imagen de felicidad inmediata que vende. Camino, continúo caminando y cada afiche es una salida a mi tristeza, una solución para llegar a la felicidad inmediata pero fugaz, esa alegría que llega al comprar un producto nuevo y a la hora de llegar a casa, no te sientes tan feliz. Cruzo la calle y miro a las personas que esperan por pasar de una vereda a otra, en ese momento siento que muero, me siento morir lentamente, pausada, fulminante, pero lentamente. Abro los ojos lo más que puedo y un ardor en el pecho me desespera pero lo ignoro, hago como si nada pasa, sigo caminando tan normal como siempre, miro el cielo y camino. De pie al lado del semáforo espero que cambie de color y frente a mí, unos cincuenta metros más lejos hay un hombre, me mira, miro hacia otro lado, lo miro, mira hacia el suelo y luego mira un auto. Juro que me contagió, juro que me traspasó un pensamiento fatalista con una sola mirada, juro que era una invitación a lanzarnos contra el auto que venía a toda velocidad. Miro hacia el suelo y el hombre cruza, escucho las ruedas raspar el asfalto y el conductor indignado grita improperios. El hombre continúa caminando y me mira. Me asusta, me asusta pensar que alguien pueda sentirse peor que yo y que esté dispuesto a hacer cualquier cosa por quitarse ese dolor del pecho. Cruzo la calle con toda la gente, intento no pensar, continúo caminando.



Título sacado de "Partir" de Denisse Malebrán

1 comentario:

.- dijo...

Siempre hay alguien qe puede estar peor, lo lamentable e s que tambien, existe el que está mejor, a mi me asusta más el segundo.

Saludos(imissyaalot:/)
Espero qe estés bien :/

Take care.


L.*