miércoles, 17 de octubre de 2007

Tejiendo con sueños la marea


-Te amo-
-Yo también, nos vemos el lunes-
-Claro- Dijo Mariana con los ojos llorosos. Bajó la escalera rápidamente, se despidió de pasada de mi mamá, corrió hacia su auto, se subió, aceleró y desapareció. Renato se apoyó en la pared y se deslizó hasta el suelo...ahí se quedó sentado, con las piernas flectadas y su cabeza entre las rodillas, se puso a llorar, estaba desesperado. Se sentía tan solo, tan desamparado, tan equivocado. Ahí se quedó, tranquilo, luego se puso de pie, se acercó a la puerta, la aseguró con pestillo y se volvió a sentar donde estaba anteriormente. Se sentía tan...extraño, tan feliz, pero tan melancólico, estaba...abatido, esa es la palabra, abatido. Mariana iba en su auto, a ciento veinte kilómetros por hora, y se estacionó en plena calle, con un taco inmenso detrás de ella, dejó su auto atravesado en la calle con más tráfico de la ciudad, paró el motor, entre el ruido de las bocinas, los gritos de la gente, y sus voces internas, sacó las llaves, abrió la puerta y salió corriendo. Y las lágrimas llenaron sus ojos, los repletaron, entonces Mariana llegó a la playa, al anochecer, se sentó en la arena, luego se acostó a mirar las primeras estrellas que se pueden ver, y ahí se quedó, llorando, sola, confundida, sin saber que hacer ni decir, sin saber si su vida sería la misma o si cambiaría en ciento ochenta grados, no lo sabía, pero tenía miedo, estaba asustadísima, su piel se estremecía, sus ojos se ahogaban, su nariz se asfixiaba, sus cejas comenzaban a sonrojarse, sus pestañas estaban mojadas, sus mejillas destruidas, sus manos...rotas, de tanto restregarse los ojos, su cuello cansado, su pelo desordenado, sus orejas sordas, sus labios partidos, su mente...perdida, sus piernas abatidas, su pecho sin oxígeno. Ahí se quedó, mirando las estrellas y llorando. Mientras Renato estaba pensando, esperando que fuera domingo, para acabar de una buena vez con ese sábado infernal que acababa de vivir. De pronto él se acostó en el suelo, siempre hacía eso cuando se sentía mal, sacó una cajetilla de su bolsillo, lástima que no estaba nueva, le faltaban tres cigarros, porque cuando se deprimía, necesitaba abrir una cajetilla nueva y fumar los veinte cigarros que venían contenidos. Entonces, se puso sus lentes de sol, aunque ya eran las ocho de la noche, su gorro, su poleron rojo, sus zapatillas rojas y salió a comprar. Comenzó a caminar, llegó a un pequeño negocio y compró tres cajetillas, al regresar a su casa, las nubes estaban negras, el cielo estaba turbio, cuando de pronto comenzaron a caer unas pequeñas y finas gotas al suelo. Estaba comenzando a llover. A Renato le encantaba la lluvia, era tan deprimente, tan pura, lo purificaba, se sentía distinto bajo las gotas liberadas del cielo, se decaía, pero no le importaba, no le interesaba estar más vulnerable al llanto, a la depresión, a la fragilidad, a la debilidad, mientras nadie lo viera llorar, el resto no importaba. Se sentó un momento en la vereda, cuando de pronto las gotas eran más gruesas y caían con mayor rapidez y con mayor fuerza, comenzaba a llover de forma torrencial, pero a Renato no le importaba, no le importaba mojarse, porque sus lágrimas también humedecían su ropa, entonces, no le importaba que la lluvia lo rozara, ya que sus lágrimas también cooperaban en dejarlo empapado. Ahí se quedó, sintiendo sus latidos, escuchándolos por primera vez. Se quitó el gorro, los lentes y el poleron, quedó solo en pantalones, zapatillas y una polera sin mangas, a pesar del frío, no le importaba, ya que su corazón también se estaba enfriando, solamente de imaginar ser descubierto junto a Mariana. Nunca le importó sentir el frío sobre su piel, ya que Renato estaba sintiendo un frío mayor aún por dentro, bajo su piel, entre sus huesos y músculos, de su corazón provenían los escalofríos. Ahí estaba, sentado, mirando, pensando, oliendo, escuchando, tocando, reflexionando. Ahí estaba, arrepintiéndose de haber dado un paso hacia adelante con Mariana, pero feliz de haber tomado esa decisión. Por otro lado, Mariana, en la playa, no se percató de la lluvia que humedecía la arena y hacía que ésta se pegara en su cuerpo, estaba sola, no había nadie a su alrededor, y se puso de pie para comenzar a caminar hacia el mar, a pasos cortos, con precaución y demostrando, o más bien, sacando a relucir el miedo que se escondía en su alma, avanzaba un paso más cerca del mar, un paso más lejos de la arena. Un paso más cerca de la tranquilidad, un paso más lejos de la razón. Un paso más cerca del desahogo, un paso más lejos de la desesperación. Un paso más cerca del fin, un paso más lejos del principio. Un paso más cerca de las soluciones y un paso más lejos de los problemas. Sus pies sintieron el agua, la que se introdujo por los zapatos, los que estaban completamente llenos. Ahí se quedó, parada, mirando y pensando cual sería el siguiente paso. Y lo descubrió, movió su pie hacia adelante, retomando su marcha, sus rodillas estaban totalmente cubiertas por agua, luego su cadera, luego su cintura, luego su estómago, luego sus costillas. Ahí se detuvo, a pensar, o intentar hacerlo. Siempre decían que los problemas tienen solución, pero no en esta ocasión. Estar con Renato era un peso muy grande para ella, y no solo para ella, sino que para mi hermano también era duro todo esto. Mariana se imaginaba todo. Ahí, parada, mientras el oleaje que cada vez era más fuerte, la movía de un lado a otro, la estremecía, hacía que se tambaleara, Mariana de pronto sintió una explosión de imágenes, mil imágenes se venían a su mente. Miles. Solo de un segundo cada una. Mariana y Renato besándose. Mariana y Renato mirándose. Mariana despertando y observando a Renato sentado en el suelo con el mentón apoyado sobre la cama. Renato sonriendo. Mariana abrazada por Renato. Mariana expulsada. Mariana burlada por el resto. Mariana herida por un niñito que le robó el corazón. Mariana...destruida. Mariana sola, sin amigos, sin familia, sin trabajo, y la causa de esa soledad se llamaba Renato. Pero despertó, salió de ese trance en el que se había encontrado. Dió un paso más adelante, y las olas aumentaban, el cielo se volvía más oscuro, el mar estaba bravo a causa de la lluvia, las nubes chocaban, las gotas de la lluvia y la sal del mar chocaban, el cielo rugía fuerte, el viento soplaba hacia todos lados, parecía un tornado, los árboles movían sus copas de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, las olas chocaban contra las rocas, provocando un sonido ensordecedor. Mariana sentía el frío, la humedad, el miedo, el arrepentimiento, la culpa. Todo. Sintió todo. Caminó hacia el horizonte, más adelante. El agua cubría sus hombros. Estaba asustada, pero sabía que esa era la decisión correcta. Mariana nunca fue una luchadora ni una sobreviviente, ella nunca se enfrentó a grandes situaciones en su vida, estaba acostumbrada a evitar problemas, a que le solucionaran la vida, a divertirse, y esta era la primera vez en su puta vida que se enfrentaba a algo que se le iba de las manos. Primera vez en su vida que no tenía salida, no había una opción, no había un futuro, no había...nada. De pronto avanzó un paso mas adelante, el mar, furioso y turbio, cubría su boca y a veces rozaba su nariz. Ahí estaba Mariana, un paso más cerca del horizonte, un paso más lejos de la tierra. Un paso más cerca de la muerte, un paso más lejos de la vida. Un paso más cerca del suicidio, un paso más lejos de las nuevas oportunidades. Un paso más cerca de escapar, un paso más lejos de enfrentar la realidad. Un paso más cerca de rendirse, un paso más lejos de luchar. Un paso más cerca de vivir en un cementerio, un paso más lejos de vivir en un hogar. Tan solo un paso más cerca...y la muerte la tomaría de la mano y la transportaría a lo desconocido, allá lejos, donde nadie conoce, de donde nadie ha vuelto a contar su experiencia. Mariana estaba rota por dentro, destrozada, en mil pedazos, deshecha, roída por ratones. Primera vez en su vida que alguien la amaba tanto y ella lo único que hacía era huir. Nunca nadie la amó tanto como Renato, nunca. Ni siquiera su madre, nadie. Las olas cubrían sus labios por completo, y su nariz comenzaba a aspirar agua. Dio un paso más. Estaba un paso más cerca de la muerte, un paso más cerca de ser historia.
Renato estaba en la calle, llorando, sufriendo, se puso de pie, comenzó a caminar. Sin rumbo, sin saber donde ir. Prendió un cigarro y aspiraba todo el humo, para que sus pulmones se vieran afectados y no funcionaran. Renato quería que el humo se llevara su vida, se la llevara y no la trajera de vuelta nunca más. Que robara su vida, sin oportunidad de recuperarla. Llegó al muelle, caminó, se sentó en un muro, y echó a colgar sus pies, para que rozaran en agua, para sentir que algo lo acariciaba, aunque fuera sin querer, algo lo tocara y calmara. Le diera fuerzas para seguir y no extrañar el amor que siente por Mariana. Fuerzas para seguir juntos. Fuerzas para darle unas cuantas a Mariana, para que sienta que es fácil amarse y ser amados. Al menos...Renato daría razones para pretender eso. Fingir que todo es fácil para que Mariana estuviera bien. Mentir si fuera necesario. Con tal de estar al lado de Mariana, Renato haría cualquier cosa, pero no se le ocurría nada para animar a Mariana y eso lo complicaba bastante. Eran las nueve de la noche y no andaba un alma por la calle. Renato estaba ahí, sintiendo como la marea movía sus pies, como los mecía, como los...llevaba hacia el mar. Fumó y fumó, tanto fumó, que al encendedor se le acabó el gas. Por suerte siempre tiene tres. Uno en cada bolsillo. Aspiraba el humo, rogándole que le robara la vida.
En tanto, Mariana ya había pensado y agonizado psicológicamente por bastante rato. La decisión estaba tomada. Solo quedaba actuar. Mariana pensó tanto, que ya era hora de terminar con todo. Era hora de poner fin a las torturas y viajar...a lo desconocido. Quizás después de ver esa clara luz que todos los religiosos dicen, quizás realmente habría vida eterna, al juicio de Mariana y al de Renato, no, ellos nunca creyeron mucho eso. Quizás ahora lo descubriría por sí misma, claro que no podría regresar a contarle a Renato si es que efectivamente existía esa luz o no. No podría regresar a contarlo, ni a nada, simplemente no podría regresar. Ese era el próximo paso. Un paso crucial, sin arrepentimientos, ni rencores, sin remordimientos ni penas, sin lamentos ni reclamos. Era el último paso que faltaba por dar. Un paso más cerca de la muerte y un paso más lejos de la...muerte.
Mariana al fin, respiró profundo, dió un suspiro y avanzó. Quiso mirar por última vez el mundo que estaba dejando atrás. Quiso ver por última vez la vida que dejaba atrás. Quiso sintetizar por última vez los sentimientos que dejaba atrás. Quiso recordar por última vez las penas y alegrías que dejaba atrás. Quiso despedirse por última vez de las cosas que dejaba atrás. Quiso...tan solo quería irse y no volver. El agua acarició su nariz por última vez, y el cambio de marea la tumbó en la arena y la cubrió por completo. Su cuerpo comenzaba a flotar por si solo, pero Mariana se aferraba a las algas del fondo para evitarlo. Sus manos no eran lo suficientemente fuertes para hacerlo. Abrió los ojos, tomó el cordón de su zapatilla y lo ató a un extremo de una planta marina. Eso la mantendría a salvo, a salvo de flotar y vivir otra vez. Sus ojos comenzaban a cerrarse, sus pulmones a contraerse, su nariz a llenarse de sal, sus pupilas a dilatarse, sus manos a hincharse, su pecho a agitarse por la falta de oxígeno. En ese momento Mariana comprobó que todo cambia, las cosas cambian, al final, todo cambia, para bien o para mal. Todas las decisiones traen consecuencias, las que hacen que nuestra vida cambie y se torne distinta. Ahí estaba Mariana, ahogándose, siendo tragada por Poseidón, absorbida por la arena. Sus oídos estallaron, debido a la presión del mar. Sus pulmones aún resistían, Mariana no lo comprendía, tanto rato en el fondo de la playa y la muerte no tenía un poco de piedad, ni siquiera un poco de piedad, para llevársela luego. Las olas chocaban, haciendo que Mariana girara, se moviera de un lado a otro, tambaleando, vacilando, girando. Hasta que de pronto...una capa negra cubrió su vista. El oxígeno se había acabado, los latidos de su corazón eran cada segundo más débiles, y la capa negra comenzó a aclararse, primero pasó de negra a negra clara, luego a grisáceo, comenzado a degradar y decantar esa oscuridad, aclarándose lentamente, hasta que se volvió ploma clara. Hasta que de pronto, Mariana sintió como si se cayera el cielo sobre ella y una gran luz blanca se acercaba a ella. No podía creerlo, comenzaba a dejar esto, la vida, para llegar a otro lugar desconocido, para morir. Sus sentidos ya casi no funcionaban, su corazón se detuvo, y sintió un leve cosquilleo en su mano, sintió que algo la tiraba hacia...no sabía hacia donde, porque después de girar tantas veces, no sabía si ese algo la empujaba hacia la orilla o la absorbía hacia el fondo.
Renato seguía mirando el mar, cuando de pronto, se sintió acompañada, no tan sola como antes, como si un alma estuviera sentada a su lado, o quizás percibía la energía de alguien que estaría en la playa. Cuando de pronto se restriega los ojos y ve algo así como un trapo en el mar, algo que se movía, de un lado a otro, se lanzó desde el muro hacia la arena, para poder mirar mejor. Caminó hacia el mar, para observar. Era algo extraño, Renato se sentía extraño, su corazón estaba apretado, afligido, tenía un nudo en la garganta y no sabía por qué. Cuando de repente y para sorpresa de Renato, no era un trapo, era una persona, que estaba de pie en el fondo de la playa, ahogándose. Renato corrió hacia la orilla del mar, y vio una cartera tirada en la orilla, la recogió...la olió...no podía ser cierto. La cartera de Mariana en la orilla de la playa. Renato corrió hacia el mar, lo más rápido que pudo, comenzaba a mojarse. Intentaba apurarse, pero Mariana estaba muy adentro, la marea cada vez la alejaba más de la orilla. Renato se movía rápido, pero comenzaba a debilitarse, le faltaban fuerzas, ya que su ropa pesaba demasiado con el agua, corrió hacia adentro, pero no avanzaba nada, mientras Mariana cada vez se alejaba más. Renato mientras corría se quitó el poleron, la polera, para poder moverse un poco más. No había caso de avanzar. De pronto sintió como si algo lo tirara hacia la orilla, que algo lo sostenía. Al mirar hacia atrás, se dio cuenta que su pantalón estaba enganchado en una roca. Con toda su fuerza, tiró el extremo que estaba siendo prisionero de la gran piedra, pero no pudo. Entonces tuvo que sacárselos. Su cuerpo estaba mojado, los pantalones también, por lo que le era imposible quitárselos, porque estaban algo así como pegados a su piel. De un solo tirón, sacó el botón y reventó el cierre y los bajó con la mayor fuerza que tuvo. Corrió otra vez, con más fuerza que nunca, cada vez más cerca de Mariana. Renato corría, pero como se hacía cada vez más hondo, sus pies no tocaban el fondo, por lo que tuvo que comenzar a nadar. Cosa extraña fue, que Mariana no se movía, o sea, la marea no la absorbía ni la escupía. Estaba ahí, solo una parte de su cráneo flotaba a ratos, pero las olas no la llevaban al interior del océano. Renato desesperado, dió una gran brazada, y llegó al lado de Mariana, la tomó de la mano, para arrastrarla a la orilla, pero no podía. Mariana estaba ahí, sin poder moverse, sin dejarse llevar por nada, Renato la tiraba, le jalaba el brazo, y nada. Luego la tomó por debajo de los brazos para poder sacarla y en ese momento se dio cuenta que Mariana estaba atada al fondo. Renato sacó su cabeza a la superficie, para tomar aire. Luego respiró hondo y se sumergió. Con los ojos cerrados y a tientas, trató de llegar a la cuerda que mantenía a Mariana atada. Subió a la superficie, respiró profundo y se tiró en clavada hacia el fondo. Tocó los pies de Mariana, y abrió la boca. Con los dientes comenzó a morder la cuerda. Por más que apretaba una muela contra la otra, el hilo no cedía. Abrió más la boca, tragando mucha agua, pero la cuerda estaba ahí, intacta. Luego la tomó entre sus dedos, y el extremo que estaba más cerca del pie de Mariana lo enrolló en su mano derecha, y el extremo que estaba más cerca del fondo, lo enrolló en la izquierda. Luego movió las manos hacia lados contrarios, y la logró cortar. Sus manos estaban destrozadas. Renato se paró en el fondo, tomó a Mariana por la cintura y se impulsó desde el suelo y dio un gran salto a la superficie. Comenzó a nadar, con Mariana a su espalda. No podía más, estaba agotado, pero tenía que salvar al amor de su vida. Nadó por varios segundos, hasta que de pronto una gran ola los empujó a la orilla. El mar los había escupido. Renato comenzó a toser y a intentar limpiarse los ojos, para poder ver algo. Al mirar la arena, ahí estaba, Mariana, muerta, a sus pies.

(Titulo sacado de "Como sueñan las sirenas" de Ana Torroja)

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